El Camino con Francisco
“La vida de María no fue una gira turística, donde todo está previsto y no hay lugar para sorpresas. La Madre también fue caminante. Recorrió nuestras propias rutas, y en su caminar existieron sobresaltos, confusión, perplejidad, sorpresas, miedos, fatiga…”
Inicio con estas líneas del Padre Larrañaga para compartir contigo mi caminar con el Papa Francisco en su primera vista a México.
Te contaré que desde que se anunció la visita a nuestro país, mi corazón se llenó de alegría y con profundo amor deseó poder estar presente en esta visita pastoral. Pero, ¿cómo ir? ¿Será posible? Anteriormente, Dios me concedió la gracia de poder asistir a Guanajuato a la visita de S. S. Benedicto XVI y aunque de pequeña no pude asistir a ver a San Juan Pablo II, tuve mi pequeña historia con él como muchos otros.
La alegría de recibir a nuestro Pastor Francisco y la lejana posibilidad, hasta el día de hoy, de visitar Roma, hizo que me llenara gran entusiasmo de poder estar en este evento tan importante para los católicos. Así inició el peregrinaje para conseguir los pases para las Misas.
Una buena amiga nos platicó en nuestro grupo apostólico, Fiat, que una religiosa encargada de facilitar los pases nos podría apoyar. De inmediato mi hermana Jannet se contactó con ella y aunque nos advirtió lo difícil que era, por la cantidad de solicitudes, la esperanza nunca murió, siempre confié que en podríamos ir. Y así fue, días antes de la visita, después de la paciente espera, nos avisaron que contábamos con boletos para la multitudinaria Misa en Ecatepec.
No tenía idea de dónde era, ni cómo iba a ser la experiencia. Sólo sentía la alegría de vivir como pueblo en salida; la idea de encontrarnos con el representante de Cristo aquí en la tierra bastaba. Con poco tiempo organizamos nuestro viaje exprés, con el apoyo de la familia y la dicha de nuestros amigos, emprendimos el camino mi familia, mi comadre y mis hermanos de comunidad Fiat.
Arribamos gustosos a la Ciudad de México donde ya nos esperaban. Pronto llegó la sorpresa de que había la posibilidad de ir a la Misa en la Basílica presidida por el Papa Francisco: un sacerdote nos avisó que no habían recogido unos boletos para la Misa y ¡nos los regalaría!
Sólo Dios sabe lo que representa “La Casita Sagrada” para mí… (En otra ocasión les compartiré sobre mi encuentro con La Morenita en la Basílica de Guadalupe), me hacía mucha ilusión regresar. Algunas de las chicas fueron a recoger los boletos y nosotras esperábamos impacientes cerca de la Villa. Las horas pasaban y cada vez llegaba más gente. Intranquilas por nuestras amigas que no conocían la Ciudad, monitoreábamos a cada rato dónde se encontraban para orientarlas.
Por fin llegaron con los pases y tuvimos que dividirnos, ya que los accesos eran por diferentes puertas. Nos dimos la bendición unas a otras y así cada grupo emprendió su caminar. Nos tocó andar largas cuadras con el sol resplandeciente. Preguntábamos y preguntábamos por dónde podríamos acceder y durante el trayecto, las anécdotas llegaban de cómo los muy cotizados boletos llegaron a venderse por grandes cantidades, con tristeza supimos como hubo gente que lucró con la fe.
Seguimos en el peregrinar, pasamos un acceso, otro, otro, otro y nada… nos mandaban como pelotas de un lugar a otro. Después de mucho tiempo descubrimos una posibilidad no contemplada: Tal vez no íbamos a poder entrar y pensábamos, ¿será posible? Ya tenemos los accesos y ¿no poder entrar? Hicimos lo posible y lo imposible para lograrlo. (Ahora, días después reflexiono: caminamos hacia el cerrito del Tepeyac como lo hizo San Juan Diego aquellas frías mañanas de invierno, cuando se encontró con nuestra Madre). Al no poder entrar a la Misa empezaron los sobresaltos y la confusión; la fatiga hacía ya sus efectos. Finalmente, la respuesta llegó: ya era tarde y no podríamos pasar. Ante la dura certeza, sólo quedaba una posibilidad, verlo pasar y tener su bendición. ¿Y cómo podríamos hacerlo?
Rápidamente observamos que había filtros para entrar a las vallas y después de una larga fila logramos acceder a la Avenida de Guadalupe, la ruta principal para llegar a la Villa, estábamos a unos pasos del lugar y conscientes de que ya no entraríamos. Cabizbajas en la valla, salió al encuentro Cristo que nos decía “No pierdan nunca la esperanza”.
¿Sabes cómo nos habló? Por medio de una religiosa, la Hermana Carmen, que tal vez escuchando nuestras conversaciones nos dio el gran regalo del viaje con sus palabras: “Ánimo chicas, siéntase gozosas y privilegiadas, vengo de Venezuela donde la situación es tan triste, un gobierno comunista tiene al pueblo oprimido, no hay para lo básico, largas filas hacemos para una precaria despensa que no llega a tener lo indispensable. Ustedes, cualquiera que sea su situación económica, eligen qué comer, qué jabón o shampoo comprar, acá no hay eso, el pueblo sufre y lo increíble es que están conscientes que es consecuencia de la mala decisión de elegir a sus gobernantes, ellos respetan la ley. Oren mucho por Venezuela” (Comparto contigo la súplica también, oremos todas por Venezuela).
Los minutos transcurrían escuchando a la Hermana Carmen y el sol picaba, la emoción crecía y de pronto se escucharon los gritos de ¡ya viene! Vimos la caravana, el Papa estaba cerca, prendimos las cámaras y en eso pensé: “o lo veo o le tomo fotos” y opté por lo primero. Las lágrimas rodaron y con ellas la bendición. Más que alegres nos dispusimos a seguir otro largo camino para salir del lugar.
Para ir a la Misa de Ecatepec, no podíamos correr el riesgo de volver a pasar los mismo, había que llegar temprano. Y Dios envió un ángel que nos llevó a Ecatepec (no todos los taxistas querían ir). Recorrió entre oscuras y peligrosas calles alrededor de unos 40 minutos. Luchó y luchó por llevarnos lo más cerca del lugar y de ahí caminamos entre la 1:00 y las 3:00 am para acceder al lugar. Caminamos y caminamos de madrugada, tal vez como José y María camino a Belén de noche y con frío (0º C).
Por fin, dentro del lugar buscamos la zona asignada la cual, como en la Basílica, no existía, ya estaba lleno todo. Buscamos cansadas de un lugar a otro, hasta que por fin nos dieron una zona dónde estar. Ya que estábamos ahí, por medidas de seguridad consideramos que era prudente retirarnos, así que fueron otras dos horas de regreso para llegar a donde estaba Raúl (el taxista) y que nos llevara al hotel. Llegamos a dormir un poco y despertamos para sintonizar la Misa en la TV. Ya en la tarde tuvimos el privilegio que nuestro Pastor pasara frente a nuestro hotel y ¡de nueva cuenta hubo oportunidad de verlo!
Después de esto y con la mayor alegría cerramos nuestro día a los pies de la Morenita, tal vez todavía con sentimientos encontrados por no haber podido quedarnos a las Misas, pero ella al final salió al encuentro “Aquí estoy, que nada te aflija. ¿No estoy aquí que soy tu Madre?”. ¡Pisamos la Tierra de María donde la Madre posó sus plantas y su Divino Hijo en su seno también!
Y así concluyó nuestro viaje. Esto es la vida, un peregrinar, así que fue una excelente forma de iniciar la Cuaresma. Cristo, la Luz, el Evangelio, palpitaba en nuestros corazones.
Que los mensajes fuertes, amorosos y directos del Santo Padre sean oportunidad de que México vuelva a poner los ojos en la Luz y se enderecen sendas, que sea tierra fértil para recibir la Buena Semilla y permitir que, si Jesús sale al encuentro sea reconocido. Sé que mi caminar es el tuyo también en esta vida peregrina. ¡Ánimo!, la Madre siempre sale al encuentro para llevarnos a Jesús, Él nos dice: “Yo voy contigo, no vas solo, yo soy la Luz, tu Roca y Esperanza”.
Todas estábamos felices de vivir esta hermosa experiencia de fe juntas.
El Santo Padre dándonos la bendicion.
En esta foto estamos, de izquierda a derecha, Alejandra Oviedo, la Hermana Carmen, Jannet Jasso, Ana Ballaza (abajo) y yo :)