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Unas Palabras a María, mi Compañera de Vida


De pequeña entraste en mi vida sin darme cuenta, más adelante quise saber un poco más de ti. Ya no sólo te escuchaba y repetía tu nombre constantemente, si no que ahora podía sentir tu presencia y pasar más tiempo contigo. Rezaba el Rosario con mis dedos, una y otra vez. Con entusiasmo, con respeto, pero sobre todo con mucho amor.

De pronto no quise saber más de ti. Pasó el tiempo y fui cambiando. Poco a poco, de ser esa pequeña que te hablaba con todo su corazón, me convertí en una joven inmadura, que ponía primero lo que ella quería, antes que hacer la voluntad de Dios. Cambié, tomé un camino distinto, uno en donde no te podía encontrar y ahí estuve por años. ¡Cuánto me arrepiento de ello y cuánto te eché de menos!

Luego, como al principio, volvimos a encontrarnos, justo cuando más te necesitaba. Tuve la alegría de que tu Hijo pudiera perdonarme. Me puso los medios necesarios para que yo regresara a su camino y ahí pudiera encontrarte. Y fue así como te convertiste en mi confidente.

Ahora también rezaba el Rosario como hace tiempo, pero esta vez quería saber más de ti y de todo lo que podías enseñarme, de cada una de tus virtudes, del amor tan grande que tenías hacia tu Hijo y hacia toda la humanidad.

Pensaba en todas las tristezas que tuviste que pasar, en todas las alegrías que viviste, en los milagros que pudiste presenciar y en cada uno de esos misterios que sólo tu supiste guardar en tu corazón.

Desde ahí quise entenderte, asemejarme a ti para poder llegar hacia tu Hijo, ya no sola, si no con la mejor compañera de vida, pero no sabía cómo lograrlo...

Jesús me hizo apreciar más esa corona de rosas llamada "Rosario". Él tiene un poder tan grande, nos regala tantas bendiciones, que puso cerca de mí a una persona que me enseñó a ver más allá de lo que era mi oración.

Entendí que así como la rosa es la reina de las flores, el Rosario es la rosa de todas las devociones, porque tú, María, estás presente en él, cuando se reza con el corazón. Supe que cada vez que yo trataba de comunicarme contigo, tú recibías rosas en mi nombre. Tú estabas ahí escuchándome, acompañándome y sobre todo, intercediendo por mi ante tu Hijo en todo momento.

Con el Rosario comencé a contarte mis miedos, mis problemas, mis sueños, mis alegrías, mis desamores, mis deseos... Desde ese momento lo sabes todo de mí.

Hoy sólo puedo darle gracias a tu Hijo por ponerme cerca de la persona que me enseñó a enamorarme de tu ejemplo.

Gracias por darme la herramienta que necesitaba para poder hacer oración y acercarme más a ti, por siempre escucharme e interceder por mí... Pero sobre todo, gracias por estar a mi lado y acompañarme en este viaje que nadie conoce mejor que nuestro Señor y tú.

Ha pasado un tiempo ya. Hemos afianzado esta amistad y hemos caminado juntas. Jesús te dejó como nuestra Madre en esta tierra, eres Madre mía y de todos los demás. Por eso quise ayudar a que te conocieran más aquellas almas en busca de tu amor.

Te pido que me prestes tus ojos para poder mirar con ellos, que me prestes tus labios para con ellos rezar y que así tu Hijo me pueda escuchar. Te pido, sobre todo, que sigas intercediendo por todos los que aún estamos aquí. Quiero que sepas que contigo voy, Virgen Pura, y en tu poder camino confiada. Sintiéndome de ti amparada sé que mi alma estará segura.

Dulce madre, no te alejes. Tu vista de mí no apartes. Ven conmigo a todas partes y sola nunca me dejes. Ya que me proteges tanto como verdadera Madre, ruega que me bendiga el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Amén. Te ama,

Tu hija.

Mariana Balderrama estudia Administración en el Instituto Tecnológico de Chihuahua. Pertenece al "Grupo de Jóvenes Judá" del Santuario del Padre Maldonado y es parte de la Comunidad Misionera (COMI). Ofrecerle su tiempo a Dios es una de las cosas que más le gusta.

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