Mi Camino con Jesús
Visualizo mi llamado como un camino por el que Dios me llevó de la mano, paso a paso, con ternura y delicadeza...
Nací en una familia católica por tradición, pero con poca formación en las cosas de la fe.
Recuerdo haber ido pocas veces a Misa cuando era niña. Aunque no entendía nada de lo que pasaba, me gustaban los cantos.
Más adelante, cuando tenía 14 años, Jesús me llamó a un primer encuentro con Él, en un retiro para adolescentes. Ese encuentro marcó mi existencia y fue cuando sentí por primera vez la mirada de Dios puesta en mi. Después me integré a un grupo parroquial al que iba con gusto cada sábado.
Empecé a ir a Misa por mi cuenta. Primero por obligación, porque mi conciencia me decía que lo tenía que hacer.
Al poco tiempo comencé a disfrutar cada una de las hermosas palabras que ahí escuchaba. Todo me llenaba y deseaba conocer cada día más a Dios, entrar en esa nueva relación personal que Él me ofrecía.
Después de algún tiempo me integré al coro de mi parroquia. Asistía con mucha alegría, compartiendo la fe y la alabanza con personas con quienes podía hablar el mismo idioma.
Continué en varios grupos y en el coro por algunos años. En todo este descubrimiento me sentía como "en camino". (A cada paso Él me iba descubriendo cosas nuevas, como si anduviera por una senda en la que no conocía el destino final).
Escuché la palabra “vocación” por primera vez en una plática a la que me invitaron. Ahí se me quedó una "espinita clavada" y surgió la inquietud.
En el transcurso de este tiempo tuve novio. Fue una experiencia bonita, pero en algún momento de este proceso me sentí tan confundida, así que terminamos.
Quería dejar esa "espinita" de Dios en el olvido, enterrarla muy en el fondo. Deseaba que desapareciera, pero Él no me dejó...
Sin darme cuenta, Jesús ya me había robado el corazón.
Me lo hizo entender, textualmente, a través de una maestra que me envío un correo diciéndome: “¿Estás enamorada verdad? Se te nota en la mirada”.
¡Más claro no podía ser! ¿Cómo sabía ella si yo no le había contado nada? Fue la señal que necesitaba para doblar mis manos y decir: “Está bien Señor, ahora sólo dime, ¿qué quieres de mi?” Y todo comenzó a girar en torno a Él.
Así fue como me animé a hacer el proceso vocacional de la Arquidiócesis. Fue un camino de fe con duración de un año (que coincidía con mi último año de prepa). Ahí, entre desiertos y valles, fui aclarando ese llamado para consagrarme a Él.
Conocí varios grupos, pero en ninguno me vibraba el corazón. Hacia el final del proceso encontré una congregación que me llamó la atención y las busqué.
Quería estar ahí en ese verano, pero no me podían recibir. Tendría que un esperar unos dos o tres meses para empezar un proceso de discernimiento con ellas. Eso me desilusionó mucho.
Sentía que no podía esperar tanto tiempo, ya estaba por empezar la carrera. La angustia se apoderó de mi corazón y desistí en mi búsqueda.
Pero Él no dejó desistió. Justo una semana antes de comenzar a estudiar, fui a un retiro en donde se presentó la comunidad a la que actualmente pertenezco, Comunidad Eliya.
Cuando las escuché sentí una inquietud muy grande. Sentí algo diferente que no podía pasar desapercibido: Jesús me había llevado de la mano hasta ese momento. Sabía que necesitaba arriesgarme, a pesar de mi miedo.
Comencé una experiencia de discernimiento y el día que dije "SI" fue uno de los más felices de mi vida.
Claro que, como toda vocación y cómo todo en la vida, tiene sus altas y sus bajas.
Pero en este tiempo me he dado cuenta de que entre más nos resistimos a entregarnos y donarnos a nuestra vocación, más sufrimos.
He descubierto que la fuerza del Señor es más grande que la mía, Su esperanza más grande que mis desilusiones, Su riqueza más grande que mi pobreza, Su grandeza más grande que mis limitantes.
Hoy creo que somos lo que elegimos. Yo he elegido al verdadero Amor y no me arrepiento.
Ojalá decidas elegirlo tú también... descubrirás que Su amor es mucho más grande de lo que un día imaginaste...
Marifer Icaza pertenece a Dios y vive su vocación en el Instituto de Vida Consagrada Comunidad Eliya. Ejerce su apostolado en el Centro de Rehabilitación la Rosa. Confía en que sólo un encuentro personal con Jesucristo libera al ser humano de todas sus ataduras y le regala la plenitud para vivir en el amor.