Santidad en la Ciudad
Tratar de vivir la santidad de la vida diaria en la ciudad no fue fácil para mi.
Cuando llegamos a nuestro natal Monterrey, desempacados del pequeño pueblo en Pennsylvania donde vivimos desde hace algunos años, enfrenté muchos obstáculos para estar en paz y permanecer en la presencia de Dios. Una de las primeras cosas que saltaron a mi vista cuando veníamos del aeropuerto fue un panorámico en Gonzalitos demasiado explícito. Me tomó por sorpresa. Afortunadamente pasó desapercibido para los niños.
¡Qué tentación más grande para los chavos, para quienes son esposos y padres! Y para nosotras también: una invitación a enojarnos, a frustrarnos... Ahí, sin permiso y sin aviso, fotografías de alto contenido sexual "saludándonos" a toda hora.
También llamó mi atención el anuncio de "pide tu crédito para cirugía plástica"... Como para hacernos creer que nuestro cuerpo, la perfección que Dios diseñó, única e irrepetible, para cada una de nosotras, no es suficiente, no es atractivo... Me dolió el corazón. Y ahí seguían las montañas hermosas de la ciudad que tanto extrañé por tres años, invadidas por (mucho más) edificios y anuncios asfixiando el verdor exhuberante... fue toda una odisea verlas ya internados en la ciudad. Hasta nuestra experiencia en Adoración Eucarística se vio interrumpida un día... ¡por un taladro! Mis niños salieron huyendo, asustados por el ruido y no pudimos quedarnos en esa ocasión :( Fueron dos días como de shock y sentimientos encontrados: "Hola Dios, ¿estás aquí? No puedo encontrarte y ¡te necesito!".
Estaba feliz de estar de regreso... también me sentía muy abrumada.
Necesitaba sumergirme en Su paz. Su Espíritu de Amor. Su armonía. Su belleza.
Pero lo busqué y Dios me contestó. Mis ojos y mi corazón se abrieron otra vez y empecé a verlo por todos lados: En las caritas de sorpresa de mis hijos y mis sobrinos, en la calidez y los detalles con que nos recibieron nuestros seres queridos y nuestros amigos, en la amabilidad de los regios, en el crucifijo colgado en una de las paredes de la gasolinera, en una mariposa blanca volando con dificultad en un paso a desnivel, en un árbol de delicadas flores moradas encerrado en un monte baldío en pleno centro de la ciudad...
En un joven migrante que se acercó a nosotros en el semáforo vendiendo flores de palma, en Carlos otro joven de Nicaragua al que le prometimos que íbamos a rezar por él, en la música, en las risas, en la facilidad con que nos organizamos para el Taller de Teología del Cuerpo, en la señora de Querétaro que nos vendió artesanías afuera del súper, en la charla con nuestro querido padre Arturo, en una calcomanía pegada en una camioneta que decía: “Dios te Ama”... Y sí, ¡Dios nos Ama! Dios nos busca en la ciudad más acelerada y en el pueblo más silencioso, en el mar, en el desierto, aún en nuestro desierto espiritual.
Dios no deja de hacerse presente en cada momento de nuestra vida, pero estas semanas que estuvimos en Monterrey, comprobé que en las ciudades tenemos que afinar los ojos y el corazón más, MUCHO MÁS...
Porque el ruido nos quiere persuadir de que Dios no es prioridad, de que el momento es ahora, de que un outfit nuevo será la fuente de la eterna felicidad y de que hacer un post Pro Vida o anunciar una Hora Santa en redes sociales no aporta nada, con tantas cosas que están sucediendo en el mundo. Le dije a algunas de mis Amigas: “¿cómo le haces para ser buena mamá y esposa, con tanto ruido? ¡De verdad te admiro!”. Y les doy todo el crédito...
Después del impacto inicial, disfruté muchísimo la visita y además regresé inspirada por los ejemplos de consistencia y tenacidad en la vida de fe de familias como las suyas, que hacen un esfuerzo consciente para vivir en Dios y con Dios todos los días.
Son familias que le sacan la vuelta al tráfico, al cansancio, el calor y a cualquier cosa que pueda impedirles hacer su trabajo diario con entrega y amor, y llegar a Misa, a la Adoración Eucarística, al catecismo, a confesión, a sus apostolados.
A mí Dios tuvo que arracarme de la ciudad para que pudiera escuchar su voz y vivir mi fe como Él me lo pedía, pero ustedes han logrado hacerlo sin tener que cambiar de ambiente, ¡qué gozo!
En este viaje sentí que la santidad de la vida diaria puede llegar a parecer un guerrero cansado y herido cuando nos dejamos abrumar por el ambiente o por todas las tareas que tenemos como profesionistas o mamás de tiempo completo.
Pero también recordé que María Nuestra Madre no se aparta de nuestro lado. Y que Dios en su inagotable fuente de vida, la Eucaristía, siempre repara nuestras fuerzas, nos da la paz para seguir luchando.
La santidad es el máximo bien al que en esta vida podemos aspirar. Y todos los días la construímos, poco a poquito.
Sigamos buscándola en el lugar donde Dios nos haya plantado... Un "momento santo" a la vez, como dice Matthew Kelly.
Porque aunque haya días en que la vista se nos nuble, la santidad de la vida diaria en la ciudad, de la mano de Dios, es posible.
<<Alégrense en el Señor en todo tiempo. Les repito: alégrense y den a todos muestras de un espíritu muy comprensivo. El Señor está cerca: no se inquieten por nada. En cualquier circunstancia recurran a la oración y a la súplica, junto a la acción de gracias para presentar sus peticiones a Dios. Entonces, la paz de Dios, que es mucho mayor de lo que se puede imaginar, les guardará su corazón y sus pensamientos en Cristo Jesús>>, Filipenses 4, 4-8.
*Las invito a compartir sus experiencias en este espacio o en nuestro Facebook (enviando un inbox) e Instagram, sigamos creciendo juntas en la alegría y en la fe para la mayor gloria de Dios.
Algunos #HolaDios de nuestros días en Monterrey:
Nelly Sosa nació en Monterrey y es esposa y mamá católica homeschooler de dos niños que no dejan de sorprenderla todos los días. Su gozo por reencontrarse con Dios en un pequeño pueblo la movió a compartir sobre su camino de fe en El Árbol Menta. Cree firmemente que la Palabra de Dios, los Sacramentos y el apostolado cambiarán al mundo.