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La Cuaresma en que el Señor me invitó a una Auténtica Renuncia...

  • Colaboradora El Arbol Menta
  • Apr 1
  • 3 min read




Hace unos trece años acepté la invitación de mi párroco para visitar enfermos de la comunidad. Entre ellos había personas con cáncer, que habían perdido el cabello por su tratamiento, lo que movía mi corazón de forma particular.

 

Llegó la siguiente Cuaresma y oraba a Dios para que me indicara una renuncia que me acercara a Él.


Recuerdo haber despertado la mañana siguiente tocando mi cabello, muy asustada, pero a la vez riendo de la emoción por recibir la respuesta a mi oración.


Compartí con mi director espiritual la idea de rapar mi cabello y me ayudó a ofrecer esa fuerte renuncia a los pies de Jesús, por todos los enfermos y personal de salud (mis colegas).

 

Aquello que hice esa Cuaresma aún tiene frutos en mi vida y me hace reflexionar hoy en todo lo que implica una AUTÉNTICA renuncia por amor a Dios, a mi familia y mis hermanos.


Lo que sucedió al Renunciar esa Cuaresma


Comparto algunos puntos que viví aquella vez, que hoy me ayudan a decidir mis renuncias. Tal vez podrían asociarse a alguna renuncia que esté dando vueltas en tu corazón y ayudarte a dar el paso:

 

- Mi cabello era muy importante para mí. Me encantaba. Me era placentero pasar mucho tiempo en el espejo para maquillarme y peinarme. Por lo tanto, estaba completamente segura de que entonces era la renuncia correcta.


- Algunas de las pocas personas que sabían mi intención de renunciar a mi cabello (les dije para que luego no se asustaran), se emocionaron conmigo y hasta cortaron su cabello también y todos lo donamos para pelucas oncológicas.


- Otras personas me intentaron persuadir, seguro sin mala intención, pero me decían “vas a parecer enferma”, “las mujeres tienen el cabello largo, deberías sólo cortarlo un poco”, “¿y si ya no te crece igual?”, “¿y si te corren del trabajo?, “¿y si te deprimes al verte pelona?”, “córtate sólo lo maltratado”... Todo intento de persuasión me parecía ridículo yo no dudaba de mi decisión.


- Apunté en mi agenda el día y la hora, sin pensar en mi posterior apariencia.


- Nadie sabía mi conversación con mi director espiritual, mi ofrecimiento, mis intenciones, mis oraciones.


- En el momento de sentir la máquina de rasurar en mi cabeza lloré muchísimo, sí, porque desprenderme de mi cabello me dolía profundamente. Pero en ese momento cerré los ojos, hablé con Dios y me sentí plenamente amada capaz de hacer grandes cosas para Él. Siento que se forjó una gran fuerza de voluntad en mí que ha permanecido.


- Terminaron de raparme y abrí los ojos. Me vi en el espejo que tenía enfrente y sonreí. Me sentí feliz de haberlo logrado. Y acepté mi nueva apariencia. 


- Seguí con mi vida normal, aunque claro, yo no era la misma ni por fuera ni por dentro. Por las mañanas, a solas con el espejo, era muy distinto. Me maquillaba menos. De alguna forma, no sólo me desprendí de mi cabello, sino de la soberbia que me mantenía tan encerrada en mí misma. Y ese fruto permanece en mi vida de varias formas: me cuido, pero trato de no exceder lo que invierto en mi apariencia.


- Los días posteriores a raparme, hubo personas que me criticaron severamente y hasta me tildaron de enferma psiquiátrica. Eso me hizo reflexionar en que gran parte de no lograr renuncias que te acerquen al dolor de Jesús, es por influencia del mundo tan hedonista en el que estamos casi atrapados. 


- Hubo quien me decía “que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha”, y como era muy notoria mi renuncia, pues no podía evitarlo. Sin embargo, me mantuve en comunicación con Jesús, con Mi Dulce Madre María, con mi director espiritual, en Misa diaria, con los ojos puestos en las llagas de Jesús, y no respondí a los señalamientos.

 

Cómo crecer en desprendimiento


Aunque el Espíritu Santo puede iluminar mis pensamientos para tomar decisiones, nadie puede elegir mis renuncias.


Muchas veces damos vueltas y vueltas para decidir qué ofrecer al Señor, qué renuncia ofrecer en Cuaresma, algo simple o complejo, algo que le guste al sacerdote o al esposo (a), o damos gran importancia a los juicios externos. 

 

Mantengamos la mirada en Jesús y en esa relación uno a uno que amorosamente Nuestro Salvador permite y promueve cada segundo de nuestra vida.

Hay pequeños desprendimientos diarios y hay grandes renuncias que, con la fortaleza que Él nos infunde, podemos lograr, para transformar nuestro corazón y continuar por el camino al Cielo que tanto anhelamos. 


Compartido por una colaboradora de El Árbol Menta.

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